En anteriores comentarios os he propuesto alguna reflexión
acerca de la belleza. En esta ocasión, aunque como buenos historiadores del
Arte nunca deberíamos perder de vista los tres grados de belleza que estableció
Platón, es decir, la belleza inferior –la de los cuerpos-, la belleza de la
virtud y la Belleza como idea suprema unida al Bien, cambiaré de tercio. No
obstante, ya que es el conocimiento de la verdad lo que nos da la posibilidad
de actuar en libertad (“…la verdad os hará libres.”, Jn 8,32), no obstaculizaré
el desarrollo de ningún comentario bien fundamentado que queráis hacer al
respecto.
La imagen tiene una potencia similar a la del lenguaje para
describir acciones y pasiones. En las artes figurativas o visuales, es decir,
en la pintura y en la escultura, las imágenes están detenidas. Sin embargo,
podemos darles vida a nuestro antojo dentro de unos límites.
Contemplamos, observamos y admiramos esas imágenes. Pero,
¿eso es todo? Por supuesto que no. Esas imágenes exigen nuestra colaboración
creativa.
Podemos afirmar que la literatura es la secuencia de palabras en su perfecto orden para crear una acción y la pintura es la combinación de colores y figuras para crear otra. La única diferencia entre estas artes es el "cómo" se expresan, pero las dos son capaces de transmitir sentimientos, pasiones o cualquier fin que se propongan.
ResponderEliminarPara apoyar lo anteriormente dicho, me sirvo de un ejemplo: en el Evangelio se nos relata la Pasión de Jesucristo y somos capaces de sentir dolor, pena y amargura. El lector, es decir, nosotros, formamos parte de la historia relatada, que es el fin último del escritor. Lo mismo sucede con el "Cristo abrazado a la Cruz" (1580) de " El Greco". Al situarnos enfrente de esta obra maestra, el pintor nos sugiere distintos caminos y, a su vez, múltiples finales que quedan a elección del espectador. En el "Cristo abrazado a la Cruz", al igual que en los relatos de la Pasión, sentimos dolor, pena y amargura.
La pintura, aparentemente está inanimada, pero es la maestría del pintor la que la induce a la acción.
Muchas gracias Nacho por tu oportuno y acertado comentario. Feliz Navidad y próspero año Nuevo.
Eliminar¿Hay que argumentarlo en los comentarios de este blog?
ResponderEliminarMario Jiménez
Hola Mario. Sí, arguméntalo aquí, por favor. Gracias.
ResponderEliminarSr. Acosta
ResponderEliminarHe hecho el trabajo pero no me deja enviárselo a su mail.
Nacho Casas
La sabiduría popular dice que “una imagen vale más que mil palabras”. Aunque este dicho ya se ha utilizado y repetido en multitud de ocasiones, observando las obras artísticas de los grandes maestros del Renacimiento he podido comprobar por mi mismo la grandeza que representan estas imágenes.
ResponderEliminarResulta más complicado describir que sentir lo que la imagen provoca en cada uno de nosotros. Simplemente, te enamoras, sufres, te diviertes, te instruyes o admiras dependiendo no sólo de nuestro estado de ánimo sino de la confluencia de lo que el artista ha querido revelarnos y de nuestros sentimientos más íntimos. Y esta sensación de belleza o de libertad pervive y nos sobrevive. ¿Cómo podemos amar o admirar la belleza de algo que está inanimado, inerte? ¿Cómo puede una pintura, escultura o arquitectura poder hacer vibrar nuestro corazón?
Contestar a estas preguntas no es tarea fácil, pues no puedo explicarlo sólo desde la razón. La belleza es sublime y divina. Así que, voy a intentar describir lo que una imagen de mi escultura renacentista favorita me inspira, desde la intimidad de mis pensamientos. Se trata de “La Piedad” de Miguel Ángel Buonarroti. Aunque el tema ha sido utilizado en diversas obras de arte, sin duda, la de Miguel Ángel desprende una belleza colosal.
El Diccionario de la Real Academia Española define la piedad, como la virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. Sin duda, esas palabras le vienen muy bien a la escultura de este autor renacentista. Esta obra de arte, representa el momento en que la Virgen sentada sostiene en su regazo al cadáver de Jesucristo descendido de la Cruz. Esta escena hecha realidad sobre un bellísimo mármol de Carrara, muy pulido, inmortaliza un momento especialmente dramático, emotivo, de infinito amor hacia su hijo y por lo que su hijo representa en nosotros, de infinita misericordia a la humanidad.
Es curioso comprobar cómo la figura de La Piedad nos puede a la vez impresionar de dos maneras muy diferentes y en cierto punto contradictorias. Por un lado, nos refleja el profundo y abismal dolor que padece una madre ante la peor desgracia que le pueda suceder en vida, en cambio, por otro lado, la expresión de su cara transmite serenidad y misericordia, cuando su semblante tendría que ser más bien angustioso. Con esta genial obra, el artista logra que al mirarla pueda presenciar simultáneamente dos sentimientos a la vez: el drama humano y la compasión, como símbolo de amor.
Las dos figuras de esta obra (la Virgen y Jesús) se inscriben en un triángulo equilátero. La elección de esta figura no creo que fuera casual. ¿Porqué un una forma de tres lados iguales? Cuando la miro al principio no me percato y mi subsconsciente traduce lo que ve en armonía, estabilidad y perfección. La punta del equilátero, que coincidiría con la cabeza de la Virgen, tiende hacia el cielo, hacia lo sublime, más allá de lo terrenal.
Con esta exquisita obra, Miguel Ángel busca belleza y equilibrio. En mi opinión, sin duda, lo ha conseguido.
Muchas gracias, Gabriel, por tu estupenda y argumentada reflexión.
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